lunes, 14 de enero de 2013

A los corruptos habría que colgarlos



  • Fue niño salvaje en las costas del Sahara y su educación corrió a cargo de un tío suyo, y de Conrad, y de Melville, y de Verne... A los diecisiete publicó su primera novela y diez años después era de los periodistas mejor pagados de España. Entre una cosa y otra, fue navegante alrededor del mundo, buzo a las órdenes de Costeau, corresponsal de La Vanguardia en Río de Janeiro y creativo en una agencia de publicidad. Le hubiera gustado ser cineasta pero tuvo que abandonar por falta de mala leche: no se veía gritando a nadie. Por eso se dedicó a la literatura, de cuyo mundillo, sin embargo, huye. Una vez Dragó lo llevó a televisión para promocionar su último libro pero Alberto solo habló de una máquina desaladora que acababa de patentar. Justificó así su desvarío: “Los escritores, que sois un coñazo”.
  • En la Academia ni está ni se le espera, pero sí en el Guiness: su novela El perro la escribió en un fin de semana. Si no hubiera dedicado la mitad de su vida a planear aventuras amorosas habría vendido el doble de libros, o sea, cincuenta millones; de haberse tomado en serio ahora sería Kapuscinski, le habrían dado el Príncipe de Asturias. Está de vuelta de todos los viajes y todos los éxitos: a los jovencitos que le llegan con que quieren viajar pero no tienen dinero les dice que se enrolen de fregaplatos en un mercante, y cuelga sus novelas de Internet para que el primero que pase piratee sus derechos.
    -Su libro de recuerdos -“Siete vidas y media”- bien podría haberse titulado “Con bandera de pendejo”.
    -Navegar con bandera de pendejo. Esa expresión la aprendí en Venezuela y me ha dado buenos resultados. Cuando vas de listo por el mundo, siempre terminas encontrando a otro que sabe más que tú. En cambio, si te haces el tonto, la gente baja la guardia. Y eso, ya digo, es muy útil, sobre todo cuando llevas una vida de aventuras, guerras, revoluciones...
    -Vivir así, tan al límite, debe de tener su precio, ¿no?
    -Y suele ser alto. Mire, a la guerra, por gusto, no van ni los generales ni los soldados, mucho menos los civiles. A la guerra voluntarios solo van los corresponsales. Y van porque saben a lo que van. Y porque les va. Y porque les pagan más. ¿Que te matan? Te jodiste. No haber ido.
    -¿Siente nostalgia de la guerra?
    -Yo iba a los sitios deseando que hubiera jaleo. Luego estallaba y te preguntabas qué pintabas allí. Pero era emocionantísimo. Las descargas de adrenalina eran tremendas. Siento nostalgia de la guerra, sí. Y de la Polinesia. Y del Amazonas. ¡Y de las mujeres!
    -¿Y del Sahara?
    -Y del Sahara.
    -¿Pero aquello no es solo viento y arena?
    -Esa fue la impresión que me dio cuando llegué de niño. Y así, Arena y viento, titulé mi primera novela. Pero tienen que pasar muchos años, casi una vida, para descubrir que el desierto es un mundo más complejo cuanto más lo conoces, al que odias o del que te enamoras, no hay término medio.
    -Allí vivió hasta los dieciséis, edad en la que pisó por primera vez un colegio.
    -Mi tío tenía una biblioteca enorme y yo pasaba allí las horas, leyendo. Aprendí mucho de literatura, geografía, historia y nada, en cambio, de matemáticas, física, química... Fue una educación caótica, sí, pero que al menos me sirvió para aprender que hay otra forma de hacer las cosas. Ojalá a los chicos de hoy se les diera la oportunidad de estudiar de una manera diferente, aprovechando el tiempo, y no perdiéndolo.
    -Y de ahí a la Escuela de Periodismo.
    -Estudié periodismo como atajo para ser escritor, que es lo que quería desde los quince años.
    -Y no le ha ido mal, por más que resuma su vida como la suma de pequeños éxitos y grandes fracasos. Si vender veinticinco millones de novelas es un pequeño éxito, ¿qué es un gran fracaso?
    -Mi primer best-seller fue Ébano. Yo tenía 39 años. Pero antes de Ébano llevaba desde los diecisiete en el oficio y tenía escritas unos catorce novelas, la mitad sin publicar. Habré escrito cien libros, de los cuales solo unos pocos son buenos: Ébano, Tuareg, El perro, Yaiza, Coltan, la serie Cienfuegos, la serie Océano... y para de contar. Como ve, un fracaso.
    -Admite lo que casi ningún escritor: que muchos de sus títulos son malos.
    -La ordalía del veneno, por ejemplo, es horrible, una mierda. Y no es la única.
    -¿Por qué la escribió entonces?
    -Porque uno se sienta a escribir con el entusiasmo de siempre. Lo que sucede es que nunca sabes lo que va a salir. Te encierras veinticinco días, escribes Tuareg, se lo das al editor, vendes cinco millones y te traducen a veinte idiomas. Te vuelves a encerrar, escribes Palmira y aquello no sirve ni para papel de retrete. Tú eres el mismo, has querido hacer las cosas bien, pero...
    -¿Escribir en España es llorar?
    -Y pagar. Hacienda se ha llevado el 70% de lo que he escrito, en ocasiones el 80, una bestialidad. Una vez hice el cálculo de la riqueza que habían creado, pero no solo en mi beneficio, sino también en el de los editores, los libreros... La cifra era astronómica. Pues bien, el Estado, en vez de dejarme producir, me persigue de mala manera.
    -¡Ah, la burocracia! ¿Sigue sosteniendo que solo hay tres cosas eternas: Dios, la burocracia y la corrupción?
    -De Dios empiezo a dudar, porque no le veo por ningún lado, en cambio la burocracia y la corrupción...
    -¿Le afecta?
    -¡Que si me afecta! A mí, a usted, a nuestros hijos y, sobre todo, a nuestros nietos, que son los que van a pagar la cuenta. Porque los políticos pasan, pero el mal que causan permanece.
    -O sea, que no basta que devuelvan lo que se han llevado.
    -Es como si a un señor le rompen un escaparate de mil euros para robarle un reloj de cincuenta. ¿Basta con que le devuelvan el reloj? No, tienen que arreglarle también el escaparate. Porque lo que está pasando en España no es un robo, es un alunizaje.
    -Y a escala nacional.
    -El PSOE en Andalucía, el PP en Valencia y Baleares, CiU en Cataluña... La corrupción está generalizada. Lo que están haciendo políticos y banqueros con España es un acto de alta traición a la patria.
    -Contra eso ¿qué cabe?
    -Meterlos en la cárcel. Y a muchos de ellos fusilarlos. O mejor: colgarlos, que es más espectacular.
    -¿Lo dice en serio?
    -Lo digo en serio. Y con todas las letras. Aquí y ahora. Y hace poco en televisión.
    -La gente se le echaría encima.
    -Sí, pero para decirme que me había quedado corto.
    -¿De verdad cree que es la solución?
    -O reaccionamos y les damos un escarmiento o los mismos analfabetos que se ven en los restaurantes caros tirando de visa -“¡y otra bandeja más!”- van a seguir machacándonos el hígado, silenciosamente.
    -Pero lo que propone puede conducir a la barbarie.
    -Barbarie es humillar delante de sus hijos a unos padres echándolos de su casa. Porque en las revoluciones, en las guerras, y he estado en algunas, la gente al menos conserva el honor: lucha por algo, muere por algo...
    -¿Y cree que los españoles están por la labor?
    -En estos momentos nos define la apatía, la imbecilidad. Ahora bien, si alguien organiza una revuelta, y aunque tengo 76 años, que cuente conmigo. Pero desde ya.
    -Usted y su manía de complicarse la vida, y no solo por esto, también por disentir del “que inventen ellos”.
    -Es que no podemos estar siempre pendientes de que la mejora llegue de fuera.
    -Y, sin embargo, sus inventos (para desalar el agua del mar, para luchar contra los incendios forestales, para solucionar el problema de la minería...) casi le arruinan.
    -Es verdad que he perdido millones. Pero tenía que intentarlo. Si no, ¿qué te queda? Luego las cosas saldrán o no. La mayoría de las veces pierdes, aunque en el fondo siempre ganas. Porque lo importante es arriesgar, vivir. La vida hay que jugársela a cara o cruz.
    -Entonces ¿de qué se arrepiente?
    -De las cosas que no he hecho. Como cuando en el bar de aquel hotel Jacqueline Bisset no dejó de mirarme y yo pensé que era demasiado pan para un pobre como yo, que me quedaba grande. ¡La oportunidad que perdí!

    La taberna de los cuatro vientos
    Cuando escribió su obra de teatro La taberna de los cuatro vientos, los críticos echaron en cara a Alberto Vázquez Figueroa la licencia literaria de reunir en una taberna de Santo Domingo a Colón, Pizarro, Hernán Cortés, Ponce de León, Núñez de Balboa y Alonso de Ojeda. Pero la obra se ambienta en la primavera de 1503, cuando un curioso personaje -El Jabonero- recogió a Colón, que había sido abandonado en Jamaica, y lo llevó a Santo Domingo. Por aquel entonces Pizarro era mozo en una taberna de Santo Domingo -la de Los Cuatro Vientos- y Núñez de Balboa un borrachín que se pasaba el día buscando que alguien le invitara a un trago. Por su parte, Alonso de Ojeda llevaba cinco años viviendo en Santo Domingo y era muy amigo de la dueña del negocio, Catalina Barrancas. Por último, Hernán Cortés llegó sin un céntimo a la isla, por lo que lo primero que hizo fue buscar a su primo, Francisco Pizarro. Como por aquel tiempo Santo Domingo era una ciudad que no llegaba a los mil habitantes y solo existían dos tabernas no es extraño que tan legendarios personajes se encontraran en la regentada por Catalina Barrancas, gran cocinera e inventora del gazpacho y el pa amb tomaquet. ¿Licencias literarias?


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